miércoles, 26 de enero de 2011

Juegos Tradicionales

JUEGOS DE LA COMBA




AL PASAR LA BARCA


Al pasar la barca,
Me dijo el barquero:
Las niñas bonitas,
No pagan dinero.
Yo no soy bonita,
Ni lo quiero ser,
Arriba la barca,
Una, dos y tres

EL COCHERITO LERÉ

El cocherito leré
Me dijo anoche, leré,
Que si quería, leré,
Montar en coche, leré.
Y yo le dije, leré,
Con gran salero, leré,
No quiero coche, leré,
Que me mareo, leré.
Si te mareas, leré,
Irás a la botica, leré,
Que el boticario, leré,
Te da pastillas, leré

SOY LA REINA DE LOS MARES


Soy la reina de los mares,
Y ustedes lo van a ver,
Tiro mi pañuelo al suelo (deja un pañuelo en el suelo)
Y lo vuelvo a recoger (lo recoge)
Pañuelito, pañuelito,
¿quién te pudiera tener?
Guardadito en el bolsillo (lo guarda)
Como un pliego de papel.

JUEGOS DE RUEDA







EL PATIO DE MI CASA

El patio de mi casa es particular,
cuando llueve se moja como los demás,
agáchate y vuélvete a agachar,
que las agachaditas no saben bailar.
H, I, J, K, L, M, N, O,
que si tú no me quieres
otro chico me querrá.
Chocolate, molinillo,
corre, corre que te pillo.
A estirar, a estirar que el demonio va a pasar.

LA RUEDA DE CHUCHURUMBEL

A la rueda de chuchurumbel,
Quien se ría.
Va al cuartel,
Una, dos y tres.

RAYANDO, RAYANDO LA HOJA

Rayando, rayando la hoja.
Rayando, rayando el limón.
¡Ahí!, amor como te quiero yo.
Poniéndome de rodillas, dame una mano, dame la otra.
Tírame un besito de tu linda boca.
Da la media vuelta, da la vuelta entera.
Un pasito atrás y hago la reverencia.
Pero no, pero no, pero no, que a mí me da vergüenza.
Pero si, pero sí, pero si, así me gusta a mi pirulí.

Cuentos Tradicionales

BLANCANIEVES Y LOS SIETE ENANITOS.



En un país muy lejano vivía una bella princesa llamada Blancanieves, que tenía una madrastra, la Reina, muy vanidosa.
La madrastra preguntaba a su espejo mágico:
- Espejito, espejito, mágico, ¿Quién es la más bella de todas las mujeres?.
Y el espejo contestaba :
- Tú eres, oh Reina, la más bella de todas las mujeres.
Y fueron pasando los años. Un día la Reina preguntó, como siempre, a su espejo mágico:
- Espejito, espejito, mágico, ¿Quién es la más bella de todas las mujeres?.
Pero esta vez el espejo contestó:
- La más bella es Blancanieves.
Entonces la Reina, llena de ira y de envidia, buscó un cazador y le ordenó:
- Llévate a Blancanieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme en este cofre su corazón.
Pero cuando llegaron al bosque, el cazador sintió lástima por la inocente joven y la dejó huir, sustituyendo su corazón por el de un jabalí.
Blancanieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y caminando pasó la noche, hasta que, al amanecer, llegó a una claro en el bosque y descubrió allí una casa preciosa.
Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete platillos y siete cubiertos diminutos. Subió a una habitación, que estaba ocupada por siete camitas. La pobre Blancanieves, agotada después de caminar toda la noche por el bosque, juntó todos las camitas y al momento se quedó dormida.
Por la tarde llegaron los propietarios de la casa, siete enanos que trabajaban en unas minas y que se admiraron al descubrir a Blancanieves.
Entonces ella les explicó su triste historia. Los enanos suplicaron a la niña que se quedase con ellos y Blancanieves aceptó, se quedó en vivir con ellos y todos eran felices.
Mientras tanto, en palacio, la Reina volvió a preguntar al espejo:
- Espejito, espejito, ¿quien es ahora la más bella?
- Sigue siendo Blancanieves, que ahora vive en el bosque en casa de los enanos.
Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y se dirigió hacia la casita del bosque.
Blancanieves estaba sola, porque los enanos estaban trabajando en la mina. La malvada Reina ofreció a la niña una manzana envenenada y cuando Blancanieves le dio el primer mordisco, cayó desmayada.
Al volver, ya de noche, los enanos a su casa, encontraron a Blancanieves tumbada en el suela, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de cristal para que todos los animales del bosque se pudiesen despedir.
En aquel momento apareció un príncipe montado sobre un majestuoso caballo y solo contemplar a Blancanieves quedó enamorado de ella. Quiso despedirse besándola y de repente, Blancanieves volvió a la vida, porque el beso de amor que le había hecho el príncipe rompió el encantamiento de la malvada Reina.
Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel Reina. Y desde entonces todos vivieron felices.



HANSEL Y GRETEL.



Hansel y Gretel vivían con su padre, un pobre leñador, y su cruel madrastra, muy cerca de un espeso bosque. Vivían con muchísima escasez, y como ya no les alcanzaba para poder comer los cuatro, deberían plantearse el problema y tratar de darle una buena solución.
Una noche, creyendo que los niños estaban dormidos, la cruel madrastra dijo al leñador:

-No hay bastante comida para todos: mañana llevaremos a los niños a la parte más espesa del bosque y los dejaremos allí. Ellos no podrán encontrar el camino a casa y así nos desprenderemos de esa carga.

Al principio, el padre se opuso rotundamente a tener en cuenta la cruel idea de la malvada mujer.

-¿Cómo vamos a abandonar a mis hijos a la suerte de Dios, quizás sean atacados por los animales del bosque? -gritó enojado.

-De cualquier manera, así moriremos todos de hambre -dijo la madrastra y no descansó hasta convencerlo al débil hombre, de llevar adelante el malévolo plan que se había trazado.

Mientras tanto los niños, que en realidad no estaban dormidos, escucharon toda la conversación. Gretel lloraba amargamente, pero Hansel la consolaba.

-No llores, querida hermanita-decía él-, yo tengo una idea para encontrar el camino de regreso a casa.

A la mañana siguiente, cuando salieron para el bosque, la madrastra les dio a cada uno de los niños un pedazo de pan.

-No deben comer este pan antes del almuerzo -les dijo-. Eso es todo lo que tendrán para el día.

El dominado y débil padre y la madrastra los acompañaron a adentrarse en el bosque. Cuando penetraron en la espesura, los niños se quedaron atrás, y Hansel, haciendo migas de su pan, las fue dejando caer con disimulo para tener señales que les permitieran luego regresar a casa.

Los padres los llevaron muy adentro del bosque y les dijeron:

-Quédense aquí hasta que vengamos a buscarlos.

Hansel y Gretel hicieron lo que sus padres habían ordenado, pues creyeron que cambiarían de opinión y volverían por ellos. Pero cuando se acercaba la noche y los niños vieron que sus padres no aparecían, trataron de encontrar el camino de regreso. Desgraciadamente, los pájaros se habían comido las migas que marcaban el camino. Toda la noche anduvieron por el bosque con mucho temor observando las miradas, observando el brillo de los ojos de las fieras, y a cada paso se perdían más en aquella espesura.

Al amanecer, casi muertos de miedo y de hambre, los niños vieron un pájaro blanco que volaba frente a ellos y que para animarlos a seguir adelante les aleteaba en señal amistosa. Siguiendo el vuelo de aquel pájaro encontraron una casita construida toda de panes, dulces, bombones y otras confituras muy sabrosas.

Los niños, con un apetito terrible, corrieron hasta la rara casita, pero antes de que pudieran dar un mordisco a los riquísimos dulces, una bruja los detuvo.

La casa estaba hecha para atraer a los niños y cuando estos se encontraban en su poder, la bruja los mataba y los cocinaba para comérselos.

Como Hansel estaba muy delgadito, la bruja lo encerró en una jaula y allí lo alimentaba con ricos y sustanciosos manjares para engordarlo. Mientras tanto, Gretel tenía que hacer los trabajos más pesados y sólo tenía cáscaras de cangrejos para comer.

Un día, la bruja decidió que Hansel estaba ya listo para ser comido y ordenó a Gretel que preparara una enorme cacerola de agua para cocinarlo.

-Primero -dijo la bruja-, vamos a ver el horno que yo prendí para hacer pan. Entra tú primero, Gretel, y fíjate si está bien caliente como para hornear.

En realidad la bruja pensaba cerrar la puerta del horno una vez que Gretel estuviera dentro para cocinarla a ella también. Pero Gretel hizo como que no entendía lo que la bruja decía.

-Yo no sé. ¿Cómo entro? -preguntó Gretel.

-Tonta-dijo la bruja,- mira cómo se hace -y la bruja metió la cabeza dentro del horno. Rápidamente Gretel la empujó dentro del horno y cerró la puerta.

Gretel puso en libertad a Hansel. Antes de irse, los dos niños se llenaron los bolsillos de perlas y piedras preciosas del tesoro de la bruja. Los niños huyeron del bosque hasta llegar a orillas de un inmenso lago que parecía imposible de atravesar.
Por fin, un hermoso cisne blanco compadeciéndose de ellos, les ofreció pasarlos a la otra orilla. Con gran alegría los niños encontraron a su padre allí. Éste había sufrido mucho durante la ausencia de los niños y los había buscado por todas partes, e incluso les contó acerca de la muerte de la cruel madrastra.
Dejando caer los tesoros a los pies de su padre, los niños se arrojaron en sus brazos. Así juntos olvidaron todos los malos momentos que habían pasado y supieron que lo más importante en la vida es estar junto a los seres a quienes se ama, y siguieron viviendo felices y ricos para siempre.


EL PATITO FEO.



En una hermosa mañana de verano, los huevos que habían empollado la mamá Pata, empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron saliendo poquito a poco, llenando de felicidad a los papás y a sus amigos. Estaban tan contentos que casi no se dieron cuenta de que un huevo, el mas grande de todos, aún permanecía intacto.

Todos, incluso los patitos recién nacidos, concentraron su atención en el huevo, a ver cuando se rompería. Al cabo de algunos minutos, el huevo empezó a moverse, y luego se pudo ver el pico, luego el cuerpo, y las patas del sonriente pato.
Era el mas grande, y para sorpresa de todos, muy distinto de los demás.. Y cómo era diferente, todos empezaron a llamarle de Patito Feo.
La mamá Pata, avergonzada por haber tenido un patito tan feo, le apartó con el ala mientras daba atención a los otros patitos. El patito feo empezó a darse cuenta de que allí no le querían. Y a medida que crecía, se quedaba aún mas feo, y tenía que soportar las burlas de todos.

Entonces, en la mañana siguiente, muy temprano, el patito decidió irse de la granja. Triste y solo, el patito siguió un camino por el bosque hasta llegar a otra granja. Allí, una vieja granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el patito creyó que había encontrado a alguien que le quería. Pero, al cabo de algunos días, él se dio cuenta de que la vieja era mala y sólo quería engordarle para transformarlo en un segundo plato.

El patito salió corriendo como pudo de allí. El invierno había llegado. Y con él, el frío, el hambre, y la persecución de los cazadores para el patito feo. Lo pasó muy mal. Pero sobrevivió hasta la llegada de la primavera. Los días pasaron a ser mas calurosos y llenos de colores. Y el patito empezó a animarse otra vez.

Un día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas que jamás había visto. Eran elegantes, delicadas, y se movían como verdaderas bailarinas, por el agua. El patito, aún acomplejado por la figura y la torpeza que tenía, se acercó a una de ellas y le preguntó si podía bañarse también en el estanque. Y uno de los cisnes le contestó:
- Pues, ¡claro que sí! Eres uno de los nuestros.
Y le dijo el patito:
- ¿Cómo que soy uno de los vuestros? Yo soy feo y torpe, todo lo contrario de vosotros.
Y ellos le dijeron:
- Entonces, mira tu reflejo en el agua del estanque y verás cómo no te engañamos. El patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se transformó en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que jamás había sido feo. Él no era un pato sino un cisne. Y así, el nuevo cisne se unió a los demás y vivió feliz para siempre.


LOS TRES CERDITOS.




En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre los perseguía por comérselos. Para poder escapar del lobo, los tres cerditos decidieron hacerse una casa. El más pequeño se hizo una casa de paja, para acabar antes e irse a jugar.
El mediano se construyó una casa de madera. Al ver que su hermano pequeño había acabado ya, se apresuró para irse a jugar con él.
Y el más grande trabajaba en su casa de ladrillos.
- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas - riñó a sus hermanos mientras estos se lo pasaban la mar de bien.
El lobo salió detrás del cerdito pequeño y le persiguió. El cerdito corrió y corrió hasta su casita de paja, el lobo se paró y empezó a soplar y soplar hasta que la casita de paja cayó.
El lobo entonces persiguió al cerdito pequeño por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo volvió a soplar y soplar hasta que la casita de madera cayó. Los dos cochinillos salieron disparados de allá.
Casi sin aliento, con el lobo pisándoles los talones, llegaron a casa del hermano mayor.
Los tres entraron y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo sopló y sopló, pero la casa no caía. Sopló y Sopló, pero la casa aguantaba. Cansado y sin aliento el lobo empezó a dar vueltas a la casa, buscando algún lugar por donde entrar. Con una escalera larguísima subió hasta el tejado, por colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso en el fuego una olla con agua.El lobo glotón bajó por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
Huyó de allí con unos terribles aullidos que se oyeron por todo el bosque, y se dice que nunca nunca más quiso comer cerditos.


CAPERUCITA ROJA.



Hace mucho, mucho tiempo, había una chica muy bonita. Su madre le había hecho una capucha roja y la chica, de tanto que le gustaba, la llevaba siempre, así que todo el pueblo la llamaba “Caperucita Roja”.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía en el otro extremo del bosque, y le recomendó que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, puesto que el lobo siempre iba merodeando por ahí.
Caperucita recogió la cesta con pasteles y se puso en camino. La niña tenía que cruzar el bosque para llegar a casa de su abuela, pero no le daba miedo, por que allí ella siempre encontraba muchos amigos: los pájaros, las ardillas ...
De repente, vio al lobo, que era enorme, delante suyo.
- ¿Dónde vas Caperucita? - Le preguntó el lobo con voz ronca.
- A casa de mi abuela – le dijo Caperucita
- No está muy lejos ... - pensó el lobo para sí, girándose.
Caperucita dejó su cesto en la hierba y se entretuvo a coger flores: - el lobo se ha ido – pensó – no tengo ya nada que temer. Mi abuela se alegrará cuando le lleve este bonito ramo de flores además de los pasteles.
Mientras, el lobo se fue a casa de la abuela, llamó suavemente a la puerta y la viejecita le abrió pensando que era Caperucita.
Pero no! El lobo se abalanzó sobre ella, la devoró y se puso su gorro rosa, se metió en la cama y cerró los ojos, esperando.
No tuvo que esperar mucho, puesto que Caperucita llegó al cabo de poco, muy contenta.
La niña entró en casa de su abuela, se acercó a la cama, y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, que ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor – dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, Abuelita, que orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor – prosiguió el lobo
- Abuelita, abuelita, que dientes más grandes tienes!
- Son para ... comerte mejor! - y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre Caperucita y la devoró, de la misma forma que había hecho con la abuela.
Mientras tanto, un cazador que había visto como el lobo entraba en casa de la abuela, y creyendo adivinar sus malas intenciones, decidió acercarse a ojear para comprobar que nada malo hubiese pasado. Vio la puerta de la casa abierta, y dentro, el lobo durmiendo en la cama, de lo lleno que estaba.
El cazador sacó un cuchillo y abrió el vientre del lobo. La abuela y Caperucita estaban allí vivas!
Para castigar al lobo malvado, el cazador le llenó la barriga de piedras y después lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó, tuvo muchísima sed. Se dirigió a un estanque próximo para beber. Y como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de golpe y se ahogó.

Caperucita y su abuela no sufrieron más que un buen susto, pero Caperucita había aprendido la lección. Prometió a su madre no volver a hablar con desconocidos que encontrase por el camino. De ahora en adelante, atendería a las recomendaciones de su abuela y de su madre, y colorín colorado este cuento se ha acabado.



LA LIEBRE Y LA TORTUGA.




En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la más veloz. Por eso, constantemente se reía de la lenta tortuga.
-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la liebre riéndose de la tortuga.

Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara apuesta a la liebre.

-Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo.

-¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.

-Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera.

La liebre, muy divertida, aceptó.

Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. Se señaló cuál iba a ser el camino y la llegada. Una vez estuvo listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos.

Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga y se quedó remoloneando. ¡Vaya si le sobraba el tiempo para ganarle a tan lerda criatura!

Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin parar. Enseguida, la liebre se adelantó muchísimo.Se detuvo al lado del camino y se sentó a descansar.

Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más. Le dejó ventaja y nuevamente emprendió su veloz marcha.

Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin detenerse. Confiada en su velocidad, la liebre se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó dormida.

Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, la tortuga siguió su camino hasta llegar a la meta. Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas pero ya era demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera.

Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás: No hay que burlarse jamás de los demás. También de esto debemos aprender que la pereza y el exceso de confianza pueden hacernos no alcanzar nuestros objetivos.

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